Tal vez buscando su lugar, tras haber
concluido sus estudios en diseño gráfico, Víctor Manuel García Bernal decidió que quería
hacer diseño con madera. Paralelamente a este desarrollo artesanal, fue desenvolviéndose
también en el mundo de la ilustración, especialmente en literatura infantil y
libros de texto. Poco a poco, los caminos fueron confluyendo y actualmente
combina la artesanía en madera con la ilustración y el collage para crear
objetos ilustrados.
Su capacidad para mezclar técnicas resulta
evidente en las ilustraciones con que Víctor recreó La ardilla que soñó, el cuento de tradición oral de Quintana Roo que
ideazapato ha publicado en una edición bilingüe español-maya.
Los elementos que conforman las ilustraciones
de La ardilla que soñó están creados
sobre distintos tipos de papel y con técnicas diferentes. “Es un poco collage.
Por ejemplo, el fondo es un papel y la ardilla es otro papel y el árbol otro
papel distinto. Y entonces, el color mismo reacciona distinto. Además, hay
plumón, color con cuerpo, lápices de colores…”, explica el ilustrador.
La paleta de colores es otra de las señas de
identidad de las ilustraciones de La
ardilla que soñó. Con tonos morados y rosas a la vez que fríos, Víctor
Manuel García trató de reflejar la esencia del cuento: “Es que es una historia
dura. Por esto creo que tiene esta atmósfera, de esa calidez después de que
pase algo terrible. Y las tonalidades se van aclarando y después se van
oscureciendo, cuando el Sol va bajando y va subiendo la luna”.
Los puntos de color, explica, decidió darlos con
unas pequeñas flores amarillas y rojas que aparecen en varias escenas.
Concretamente son amapolas, y no por casualidad: “Por un lado, la amapola está
perseguida por el tema de la lucha contra las drogas, está prohibida. Por otro lado, la
amapola tiene una vida muy corta, no es de estas flores que puedes regalar y que viven
semanas. Estos dos aspectos van con el discurso de la ardillita. Tiene su
porqué”.
¿Cómo
fue el proceso de creación de la ardilla?
El personaje de la ardilla fue una pesadilla,
de verdad [riendo]. No lo digo en el sentido triste o quejándome, pero es el
personaje central y más importante, junto con la cigarra, y me costó. Incluso José Manuel [Mateo, editor de ideazapato], cuando le mandé el primer
intento, amablemente me dijo que no estaba bien. Era muy normalita. Yo no
quería que fuera muy, muy, muy infantil, pero no lo logré, sí quedó muy
infantil.
Es
decir, ¿no te gustó el resultado?
Sí, sí me gustó. Creo que lo que no quería en
realidad es que quedara muy caricaturesca, ardillesca…
A lo Disney, digamos, eso es a lo que me refiero… Bueno, ahora que lean el
libro, verán. Es que le pasa literalmente de todo, es muy simpática.
¿Hubo
personajes más complejos?
Creo que la ardilla fue el personaje más
complejo. Aparte, el libro se desarrolla en la península yucateca y, claro,
para empezar tenía que ver cómo son las ardillas allí, porque no son como las
de acá [Ciudad de México]. Y también tenía que pensar cómo iban a ser la
cigarra, el sereque, la tuza, el zopilote y el campesino. Había que hacer un
personaje que no brincara al juntarlo con todos los demás.
¿Fueron
muchos los cambios a las ilustraciones?
La primera ilustración del interior del libro
es la casa de la ardilla. Al principio había hecho el interior yucateco, es
decir, con una hamaca que ocupaba la doble página, con un fogoncito, porque
según me informé, las casas yucatecas tienen un fogoncito. Y ya, son muy
limpias, en el sentido de que no hay mucho más y la piedra es caliza, porque
hace mucho calor, y esto las hace muy blancas y les da esa imagen de pulcritud.
Pero al final, repensándolo, volví a un interior que fuera reconocible por todo
el mundo. Y justo este interior, de líneas muy contundentes, fue el que dio la
estética a la ardilla. Por eso la ardilla es así.
Ah! Y hubo otro cambio, al final, porque las
calabazas no podían ser tan verdes como yo las había coloreado…
En tu experiencia
como ilustrador de libros infantiles, tanto literarios como divulgativos y de
texto, ¿cuánta libertad has tenido al momento de ilustrar?
Salvo creo que en dos instancias con las que
yo he trabajado, la libertad ha sido absoluta. Una de ellas es una editorial
cuyo catálogo es mayoritariamente religioso y ahí sí me dijeron que las señoras
no podían ir con falda corta, no podían tener busto… Suena ridículo en pleno
siglo XXI, pero sucede. Y en un primer momento, uno hace como travesuras. Por
ejemplo, tenía que hacer cinco animales en la línea de inicio de carrera, pero
podía hacer los que yo quisiera. Entonces, junto a la rana, el conejo, el
elefante y el pajarito, puse un gato con una playera negra que decía ACDC. Era
un gato metalero. Y claro, como ACDC ya es una marca, el editor lo ve bien,
aunque ACDC pueda decir “After Christ Devil Comes” [tras Cristo, viene el
Diablo]. Son tonterías, pero al principio te gusta hacer esto.
¿Ha
habido alguna imposición a la que hayas llegado a decir que no?
No, no. Los problemas siempre han sido más por
tiempos. De todas formas, uno evita trabajar con quien no se quiere pelear,
pero la verdad es que he trabajado incluso para instancias politizadas y nunca
he tenido mayor problema.
¿Es un
buen momento para la ilustración en México?
Sí. Alguna vez leí a una compañera ilustradora
que decía que ahora avientas una piedra y cae un ilustrador. Y sí, puede ser, y
si hay una industria que lo permite, está excelente. El dibujo es muy mediato,
muy rápidamente te das cuenta si te va a costar o no trabajo, si eso va a
implicar un modo de ganarte la vida o no. Y por otro lado, está increíble que
haya tantas cabezas pensando, pues eso hace que tengas que ponerte a pensar y,
así, tu técnica crece. Y la de los demás. Crece en todos los sentidos, en el
momento que ves las soluciones que otras personas encuentran, los distintos
caminos por los que se mueven… Y no quiere decir que copiemos estilos, para
nada, pero cuando sabes que alguien imagina en un modo distinto al que tú
imaginas, esto se vuelve muy rico para la técnica y el producto final.